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ToggleSanación De Las Relaciones Con Reiki
Antes de comenzar a trabajar conmigo misma a través del Reiki, las relaciones en mi vida eran como una montaña rusa—momentos de mucha felicidad seguidos por caídas repentinas, abandonos que no entendía… una sensación constante de no pertenecer a ningún lugar, de no sentirme en casa con nadie. Una pérdida total, como la de un niño que ha perdido a su madre en medio de una multitud y revive ese miedo una y otra vez. Así eran mis relaciones. Y lo más importante: mirar el mundo con los ojos de esa niña asustada, sintiéndome herida, vulnerable, abusada y sin capacidad de protegerme.
Reiki Para Sanar El Vínculo Materno
Cuando hablamos de sanar relaciones, el lugar al que debemos regresar es a sanar el vínculo con la madre. Porque ahí es donde vivimos nuestra primera y más intensa relación, y donde aprendemos qué es una relación.
Especialmente en nuestra cultura turca, ese vínculo materno es un lugar sagrado y profundo, pero también herido—una herida abierta que no deja de sangrar, una herida a través de la cual intentamos conectar con nosotros mismos y con la existencia. Esa es la “Herida Materna”.
La Herida Materna
La herida materna es una cadena de dolor no resuelto, transmitida de generación en generación, desde las madres de nuestras madres hasta nosotras. Es un hambre profunda por un amor materno que se deseó pero nunca se recibió.
Creció tanto que ya no se pudo sostener, y por eso se entregó a la siguiente generación. Se cerraron los ojos al dolor. La maternidad, la feminidad, la sabiduría, el poder sanador—todo tuvo que ser negado, porque el dolor era demasiado grande. Disociarse, olvidar, reprimir… fueron formas de sobrevivir un día más.
Niñas casadas antes de tiempo, obligadas a unirse a hombres que no amaban, abuelas que vivieron la sexualidad como violencia—¿qué podían darnos? ¿Qué legado podían dejar, más que uno en el que una abuela le dice a su nieta: “Ojalá no hubiera sido mujer, ojalá hubiera nacido hombre”?
Madres que no valoran a sus hijas porque no se valoran a sí mismas, que glorifican a sus hijos varones convirtiéndolos en la pareja que nunca tuvieron, que no les permiten crecer por miedo a ser abandonadas…
No pueden con el dolor de una vida no vivida, de canciones no cantadas, de un poder nunca expresado, de una sexualidad jamás explorada. No pueden con la herida de no haber sido vistas ni respetadas. Consciente o inconscientemente, le dicen a sus hijas: “Te amaré si no me superas.” Y la hija, por instinto de supervivencia, hace una promesa silenciosa: “Nunca seré más que mi madre.”
La niña está enamorada de su madre. Es su diosa, su todo. Sabe que no puede sobrevivir sin ella. Siente que morirá sin su amor. Y así, sanar a su madre se convierte en su misión. Solo así cree que podrá ganarse el derecho a vivir. Un día, su madre será feliz y le dará permiso para vivir.
Sanar La Herida Materna
Primero hay que decir esto: no es nuestro deber sanar a nuestra madre. Nuestro deber es sanar nuestra propia herida. Y al hacerlo, esa sanación se extiende hacia nuestros ancestros, hacia nuestros hijos y hacia la herida materna colectiva.
¿Y cómo nos sanamos?
Primero sobreviviendo. Cuidándonos como una madre, nutriéndonos. Recibiendo alimento de la Madre Tierra y del Padre Sol. Todos llegamos a este mundo conectados a estas fuentes divinas, con un alma infinita e independiente. Alimentarnos de esa fuente original es parte de nuestra naturaleza. Pero como nuestras madres no recibieron esa enseñanza, no pudieron transmitírnosla.
Podemos encontrar a nuestros maestros en otras personas que se cruzan en nuestro camino. Juntos recordamos esa conexión con la fuente, reflejándola mutuamente.
Reiki es un regalo divino enviado a la humanidad para fortalecer ese lazo espiritual. Es la energía de amor incondicional y luz de más alta frecuencia, con la que podemos nutrirnos al ejercer la maternidad sobre nosotros mismos. Solo cuando nos alimentamos, crecemos y ya no nos sentimos en peligro, alcanzamos la madurez y podemos encontrar equilibrio con nuestra madre. El adulto sabe que ya no necesita los cuidados de su madre, que está a salvo, que puede sobrevivir. Solo desde ese lugar seguro, conectado con el Creador, podemos sanar realmente nuestra relación con ella.
El verdadero problema está en nuestro ego infantil, que aún espera amor de mamá, que aún cree que necesita ese amor para crecer. Pero esto es un ciclo sin fin. Porque nuestras madres, al no haber hecho este trabajo interno, no tienen ese amor para dar.
Y así, como niños hambrientos, nos aferramos a personas que reflejan a nuestra madre o su dolor no resuelto. Buscamos en las relaciones el amor materno que nunca tuvimos.
Pero eso es algo que nadie puede darnos. Es demasiado grande y constante. Solo nosotros, conectados continuamente con la fuente, podemos nutrirnos de verdad.
Al cuidar a nuestro niño interior, pasar tiempo con él, ofrecerle ese amor materno infinito e incondicional que siempre esperó, podemos sanar nuestra relación con nosotros mismos, con nuestra madre y con los demás.
Ese niño ahora sabe que la felicidad y las relaciones sanas no dependen de que su madre sane. Sabe que, aunque su madre cometió errores y no fue perfecta, él mismo debe darse la oportunidad que ella no pudo darle.
Ya no intenta resolver los problemas de su madre relacionándose con personas que los reflejan.
Y esto es lo que significa dar el paso hacia la adultez. Comienza con un acto valiente—mirar a nuestros ancestros y decir: “Yo me elijo a mí y elijo ser feliz.” Dar la espalda al pasado y mirar hacia nuevas experiencias.
Gracias al Reiki y a todas las relaciones que me han acompañado en este viaje. Hoy soy una mujer adulta que asume toda la responsabilidad de su vida, sin importar el resultado.
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